Sistema de Transporte Colectivo de Pensamientos
-"Estaba nervioso..."
-"Tenía muchas cosas en la cabeza..."
-"No lo voy a intentar..."
Esas fueron algunas de las cosas que dijiste cuando te despediste, de manera apurada en las escaleras que conducían a donde dormía aquella mole de metal, plástico y pintura naranja que hacen llamar "Sistema de Transporte Colectivo Metro".
Por desgracia, el esfuerzo físico realizado para entrar a las entrañas de aquella titánica bestia fueron en vano, y escuchaste aquel pitido tan característico que anuncia la salida del convoy de la terminal Pantitlán, lugar tan surreal, tan grande, tan laberintico que de manera graciosa, lo llamabas "el ultimo circulo del infierno".
Aunque tu costumbre de escudriñar las vías del transporte con tu débil vista de cierta manera te mantienen distraído de pensar en cada cosa que te puede pasar en ese extraño lugar. Y repites el mismo gesto mecanizado, como una manera de precaución, un intento inútil de evitar mirar por enésima vez tu celular e incluso por falta de paciencia, hasta que notas, por fin, la cabeza de ese incansable leviatán estacionado en el inicio del andén.
Te mantienes en el mismo lugar que tomas desde hace dos años para poder tomar sin esfuerzo, el asiento apartado de todos los demás, demasiado codiciado en casi todo el día.
Esperas a que la gente que viene de regreso de sus trabajos, de sus escuelas, de cualquier lugar que hayan ido, para poder entrar al vagón. Afortunadamente no hay tanta gente, así que lo reclamas tan preciado lugar sin ningún remordimiento.
A esa hora el metro se siente mas vacío y eso de cierta manera se te hace raro, surreal, sigues sin comprender aquella idea tan sencilla pero poderosa. Y así comienza ese viaje de casi 15 kilómetros con nada mas que un mix de música prefabricado por algún intento de gran hermano disfrazado de monopolio tecnológico, y tus pensamientos...
El primer tramo para llegar a Hangares siempre te ha parecido enorme, interminable. Y el hecho que la estación sea subterránea no ayuda a calmar el pequeño sentimiento de aprisionamiento generado por la entrada tan brusca al túnel que hace en los primeros metros dejando Pantitlán atrás. Aunque, por supuesto, tu mente no está enfocada en esas sensaciones. Más bien en los errores del día, en las cosas que te pudieron hacer quedar mal, en las cosas que de cierta manera te siguen doliendo y en las cosas que te hicieron sentir un dolor rarísimo en el estomago. Sonaba alguna canción británica famosa, y tu solo te enfocabas en el bajo: segunda cuerda en el quinto traste, tercera cuerda en el séptimo traste, cuarta cuerda en el séptimo traste, tercera en el quinto, tercera en el sexto, tercera en el séptimo, cuarta en el séptimo, segunda en el quinto...
El aprisionamiento continua al llegar a Terminal Aérea y continúan tus preocupaciones. A pesar de hacer un examen una hora atrás, aún tienes a dos personas en la cabeza, y tu sabes que has hecho mal con ambas: Una por nervios, y la otra por indeciso, inmaduro y ebrio.
Llegas a tener un momento de lucidez y pides una tregua contigo mismo. Ya has pasado por suficientes cosas esta semana y crees que pensar en las acciones equivocadas, ya no vale la pena siquiera recordarlas.
Y así llegas a la estación Oceanía, la mas concurrida. Por fin logras ver edificios y te enfocas en otras cosas. Tal vez deberías de formar una banda tu solo y comenzar a grabar covers de alguna banda de pop punk, pues sus canciones son muy fáciles. Tal vez podrías comenzar a escribir cosas diferentes en aquel sitio web en donde te desahogas, aunque recuerdas que una persona muy sabia me dijo que realmente puedo mantener la "vibra" del lugar tan triste como quiera, al final estas viviendo un tipo de "duelo" y es lo que ayuda a sacar los sentimientos que quedan atrapados en las vísceras y se manifiestan en una punzada de dolor cada vez que los volteas a ver.
Tal vez debiste de hacer alguna carta y entregarla, aunque otra persona te recomendó que seas directo...
Te aburres en esa estación porque el convoy no se mueve. Cuentas los segundos hasta que por fin las puertas se cierran, con un pitido corto.
La música te consume en lo que queda del recorrido y hace que dejes de adivinar las estaciones siguientes; Elevadores al decimotercer piso llevan a un rey escarlata en un Dia Verde con pistolas, rosas y zepelines de plomo viajando en el cielo junto con cardenales son ahora las cosas que devoran tu atención, y de cierta manera, te salvan de aquellas ideas tan negativas que solamente explotan en tu cabeza.
¿El final?
Más bien moraleja:
Nunca confiar en la percepción que tienes acerca de tu vida después de las ocho de la noche, especialmente los viernes y, la música te puede cambiar tan rápido el estado de animo que no te das cuenta.
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